1Todo el ejército filisteo se movilizó en Afec, y los israelitas acamparon junto al manantial de Jezreel.
—¿Qué hacen aquí estos hebreos?
Y Aquis les dijo:
—Este es David, el siervo de Saúl, rey de Israel. Él ha estado conmigo por años, y no he encontrado en él ninguna falta, desde que llegó hasta el día de hoy.
4Pero los comandantes filisteos se enojaron.
—¡Envíalo de vuelta a la ciudad que le diste! —le exigieron—. No puede ir con nosotros a la batalla. ¿Y si se vuelve contra nosotros durante la batalla y se convierte en nuestro adversario? ¿Qué mejor manera de reconciliarse con su amo que entregándole nuestras cabezas?
“Saúl mató a sus miles,
y David, a sus diez miles”?
6Así que Aquis finalmente mandó traer a David y le dijo:
—Juro por el Señor que has sido un aliado confiable. Pienso que debes ir conmigo a la batalla, porque no he encontrado una sola falla en ti desde que llegaste hasta el día de hoy. Pero los demás gobernantes filisteos no quieren ni oír hablar del tema.
8—¿Qué he hecho para merecer esto? —preguntó David—. ¿Qué ha encontrado en su siervo para que no pueda ir y pelear contra los enemigos de mi señor el rey?
9Pero Aquis insistió:
—En lo que a mí respecta, eres tan perfecto como un ángel de Dios. Pero los comandantes filisteos tienen miedo e insisten en que no los acompañen en la batalla.
11Entonces David y sus hombres regresaron a la tierra de los filisteos, mientras que el ejército filisteo avanzó hasta Jezreel.