1Al bajar Jesús por la ladera del monte, grandes multitudes lo seguían.
—Señor —dijo el hombre—, si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio.
3Jesús extendió la mano y lo tocó.
—Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!
Al instante, la lepra desapareció.
4—No se lo cuentes a nadie —le dijo Jesús—. En cambio, preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de lepra.*8:4 Ver Lv 14:2-32. Esto será un testimonio público de que has quedado limpio.
5Cuando Jesús regresó a Capernaúm, un oficial romano*8:5 En griego un centurión; similar en 8:8, 13. se le acercó y le rogó:
6—Señor, mi joven siervo*8:6 O hijo; también en 8:13. está en cama, paralizado y con terribles dolores.
7—Iré a sanarlo —dijo Jesús.
8—Señor —dijo el oficial—, no soy digno de que entres en mi casa. Tan solo pronuncia la palabra desde donde estás y mi siervo se sanará.
10Al oírlo, Jesús quedó asombrado. Se dirigió a los que lo seguían y dijo: «Les digo la verdad, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel!
13Entonces Jesús le dijo al oficial romano: «Vuelve a tu casa. Debido a que creíste, ha sucedido». Y el joven siervo quedó sano en esa misma hora.
14Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, la suegra de Pedro estaba enferma en cama con mucha fiebre.
16Aquella noche, le llevaron a Jesús muchos endemoniados. Él expulsó a los espíritus malignos con una simple orden y sanó a todos los enfermos.
«Se llevó nuestras enfermedades
y quitó nuestras dolencias»*8:17 Is 53:4..
18Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio instrucciones a sus discípulos de que cruzaran al otro lado del lago.
19Entonces uno de los maestros de la ley religiosa le dijo:
—Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.
20Jesús le respondió:
—Los zorros tienen cuevas donde vivir y los pájaros tienen nidos, pero el Hijo del Hombre*8:20 «Hijo del Hombre» es un título que Jesús empleaba para referirse a sí mismo. no tiene ni siquiera un lugar donde recostar la cabeza.
21Otro de sus discípulos dijo:
—Señor, deja que primero regrese a casa y entierre a mi padre.
22Jesús le dijo:
—Sígueme ahora. Deja que los muertos espirituales entierren a sus propios muertos.*8:22 En griego Deja que los muertos entierren a sus propios muertos.
23Luego Jesús entró en la barca y comenzó a cruzar el lago con sus discípulos.
—Señor, ¡sálvanos! ¡Nos vamos a ahogar! —gritaron.
26—¿Por qué tienen miedo? —preguntó Jesús—. ¡Tienen tan poca fe!
Entonces se levantó y reprendió al viento y a las olas y, de repente, hubo una gran calma.
27Los discípulos quedaron asombrados y preguntaron: «¿Quién es este hombre? ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!».
28Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la región de los gadarenos,*8:28 Otros manuscritos dicen gerasenos; incluso otros dicen gergesenos. Comparar Mc 5:1; Lc 8:26. dos hombres que estaban poseídos por demonios salieron a su encuentro. Salían de entre las tumbas y eran tan violentos que nadie podía pasar por esa zona.
29Comenzaron a gritarle: «¿Por qué te entrometes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para torturarnos antes del tiempo establecido por Dios?».
30Sucedió que a cierta distancia había una gran manada de cerdos alimentándose.
—Si nos echas afuera, envíanos a esa manada de cerdos.
32—Muy bien, ¡vayan! —les ordenó Jesús.
Entonces los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la manada se lanzó al lago por el precipicio y se ahogó en el agua.
33Los hombres que cuidaban los cerdos huyeron a la ciudad cercana y contaron a todos lo que había sucedido con los endemoniados.